Por: Brisa Torres Quezada
Sabemos que la educadora no puede influir en
todos los grupos ni en todos los alumnos
pero si puede enseñar mediante el ejemplo.
Con lo antes mencionado nombro la
lectura de Van Manen, “La práctica de la pedagogía”, en la cual menciona, que, un
educador debe ser capaz de comprender al
alumno, es decir, ponerse en sus zapatos y saber como, cuando, donde y en que
momento apoyarlo, para que esté, sea capaz de superar obstáculos que impidan su
crecimiento.
Así mismo debemos mantener un
tacto pedagógico el cual se manifiesta principalmente como una orientación
consciente en cuanto a la forma de ser y actuar con los niños, es por ello que la
educadora debe tener paciencia y tratar de ver más allá, respecto a las
experiencias y vivencias de los niños.
A partir de esto, radica la importancia de escuchar
al alumno, tal y como lo decía la autora
Mari Carmen Díez en su obra “El oficio del Maestro es aprender”, debido a que
la clave de todo, consiste simplemente en saber escuchar a los niños, saber
comprenderlos, es por ello que debemos tratar de mantener un habiente de confianza,
en el cual puedan expresarse libremente, porque, cada uno tiene una vida
interior que en ocasiones desea externar con los demás. A partir de esto surge
la necesidad de aprender a hacer frente a las dificultades que se presenten.
Así mismo debemos reflexionar en relación a
nuestras acción, tanto en el momento de su planeación, en el momento de la
ejecución y de igual forma después de dicha ejecución, es por ello que implica
tener conocimientos de lo que hemos realizado, lo que nos falto, y lo que estamos
dispuestos a cambiar para realizar un trabajo de mejora, el cual contribuya de
manera positiva y con cierta intencionalidad pedagógica en el niño, pero de
igual forma en nuestro crecimiento profesional.
Por lo tanto, es importante que el educador explore
y conozca los aprendizajes previos que cada alumno presenta, con el fin de identificar
de una forma más rápida en que aspectos requieren de mayor trabajo y
responsabilidad.
En conclusión podemos decir que el
trabajo de un docente en servicio requiere de muchos retos y características
propias del mismo, tales como el saber comprender y escuchar al niño tomando
muy en cuenta que cada individuo tiene sus propias particularidades.
Además, debemos interesarnos por lo
que es mejor para él, por tal motivo se requiere de la capacidad de saber
apreciarlo y atenderlo, es por ello que debemos ser consciente de la vida
interior del joven y el respeto por la misma, a partir de esto radica la
importancia de saber como, cuando y en que momento ponerlas en práctica, pero
siempre con un tacto pedagógico, basado en la comprensión. Así mismo es
dispensable saber como ve el niño las cosas, detectar sus necesidades y
posibilidades, interpretar sus sentimientos y crear un clima favorable.
Cabe recordar, que a partir de nuestras
acciones podremos reflexionar ya sea antes, durante y después de la acción con
el fin de mejorar nuestras próximas intervenciones y a su vez ir puliendo
nuestro propio modelo de docente, el cual tenga como base la reflexión.
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